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Javier Mérida

Periodista

EL VEEDOR Y LA MENTIRA

E
n el mundo del toro se hace indispensable la figura del veedor. Sin extendernos en demasía, este personaje es el que, acabada la temporada taurina, se encarga de ver a los toros en el campo. De la mano de los propios ganaderos y de los empresarios, debe seleccionar el ganado a lidiar. Más o menos. Debe conocer las diferentes plazas, el gusto de los aficionados y, lógicamente, de los toreros. Su labor, en gran medida, es muy apreciada en un mundo despojado de imposturas, nada que ver con el fútbol de hogaño, por el que pulula la mentira en todos sus estamentos, organizaciones y asociaciones.

El veedor se equivoca, claro, pero su misión es trasladar lo que observa en un animal en el campo a cómo será su comportamiento en una plaza de toros. Dificilísimo. Lógicamente, no se duda de la figura del veedor, persona con un ojo clínico innato y que ha mamado de ese mundo como un ternerito de la ubre de una vaca. Corolario: sabe de qué va esto. Igual que no todos podemos ser veedores, tampoco desarrollamos la capacidad de saber ver el fútbol por mucho que nos guste y consumamos partidos a diario.

Fernando Vázquez, uno de los mejores entrenadores que conozco, y, sin duda, el que detecta más rápido el talento en un futbolista, me dijo hace años: «Ver el fútbol es un don, se tiene o no se tiene». Se refería el técnico gallego a algo similar a los veedores. En el mundo balompédico existe esa figura con el nombre de ojeador, pero en un orden diferente y, además, con los tiempos ha quedado relegada a labores de escasa relevancia. Los ojeadores eran hombres de fútbol curtidos en campos de polvareda en las más diversas labores y en su mayoría futbolistas menores o directamente frustrados. Gente habitualmente humilde y sin estudios que existía en todos los clubes y respondía directamente al secretario técnico, para el que trabajaba. «A fulano lo ha traído éste», se murmuraba en esos corrillos de anís, tabaco y fútbol al paso de tal o cual ojeador.

Hoy, toda esta estructura obsoleta pero eficaz ha quedado enterrada en pos de una pirámide jerarquizada donde priman el postureo y la mentira adobados con un lenguaje extraído de la cursilería y de los manuales de los cursos de entrenadores. Decenas de monigotes picotean junto a un director deportivo, más profesionalizado que hombre de fútbol, y ninguno está dotado de talento ni ojo clínico ni se responsabiliza de nada. A un futbolista lo ven diez pollos de éstos, lo analizan en base a lugares comunes y con programas de ordenador y vámonos que nos vamos.

Millones de euros a la basura y a los aviesos bolsillos de representantes e intermediarios y clubes endeudados hasta los tuétanos. Es la gran mentira del fútbol de hogaño, que cuenta además con hagiógrafos del mismo pelaje e idéntico habla: bloque bajo, ecuación, intervalo entre centrales, envergadura por altura, apreta por aprieta porque el palabro es de uso común, etc. Una vergüenza que mantienen directivos del mundo de la empresa. Gente de éxito, o que lo parece, que se deja embaucar por el primero que se pone un traje y lo convida a comer. Nada que ver con los Lopera, Gil o Lendoiro de una época que ya no volverá. Pero hay que detenerse en el entorno, los hagiógrafos de la cosa, esa multitud de periodistas y opinadores que lo más redondo que han visto es la carátula de un videojuego.

Si el sistema educativo en España es cada día más inútil, la carrera de Periodismo quizá sea de las que peor enfocadas están de cara a su salida al mundo laboral. Hoy, cualquiera es periodista titulado, y en sólo cuatro añitos. Máster aparte, la especialización no existe. Un chaval que quiera ser periodista deportivo no estudia el reglamento del fútbol, ni la historia de la Liga, aunque será un friqui del fútbol internacional gracias a la PlayStation y a lo que bichea en las cloacas sociales, léase Twitter y demás familiares. No le pregunte usted por las diez pruebas del decatlón ni por figuras del olimpismo como Comaneci o Zatopek, ni le vaya a hablar de natación o balonmano. Cuatro cositas de la NBA y sobra. En cambio, estudian materias que de nada le servirán para el desarrollo de la profesión.

En lo que respecta al ámbito académico habría bastante más que decir, pero es que a ello se le suma, ciñéndonos al fútbol, que la mitad de los que hoy informan no le han dado jamás una patada a un balón. Les escucha uno preguntas y aseveraciones a ellos y ellas, que han proliferado en la profesión de modo exponencial —el término es muy del lenguaje de esta generación desinformada—, de echarse las manos a la cabeza. Eso es un apunte, que luego están, veteranos y noveles, los que informan y opinan con el escudo de sus amores cincelado en el pecho.

Pues así está el nuevo entorno del balompié, que en su extremo de máximo riesgo ha alcanzado
al estamento arbitral. Entre el VAR y la aplicación antiviril del reglamento nuevo que se han inventado, pareciera que hoy se juega a otra cosa. Un veedor se echaría a llorar si al mundo de los toros le robasen su esencia. El fútbol está perdiendo su idiosincrasia y los hombres de fútbol, una minoría ya en este enjambre de indocumentados y serviles, no pueden hacer nada. La puñalada de estos menesterosos tiene toda la pinta de ser definitiva al punto de haber convertido este deporte y lo que lo rodea en una mentira para los que saben de verdad.